enero 28, 2007

Ahí vienen...


Los tres oficiales municipales patrullaban la colonia el Terrero, afuerita de Acapulco. En su patrullaje de rutina, a bordo de su automóvil, llegaron al Vado del Pedregal, eran cerca de las siete de la mañana.
De pronto empezaron los disparos. Cinco hombres armados con escopetas y armas largas de calibre importante los acribillaron. Ni tiempo para reaccionar con sus pequeñas pistolas. Nada. De los tres murió uno de los oficiales, el otro tiene diez impactos de bala y el otro cuatro.
Seis bomberos estaban de guardia en su estación, en el puerto de Progreso en Yucatán. En unas horas recibirían la visita del go-
bernador del estado. Llegó una camioneta Liberty y dos sujetos bajaron y lanzaron dos granadas de fragmentación. Una estalló en el techo, la otra no detonó. Los agresores huyeron y abandonaron la camioneta a unos kilómetros del lugar.
En Nuevo León, en el municipio de Galeana, se instaló la feria tradicional de la entidad. Frente al Palacio Municipal juegos y changarros ocupaban la calle de tránsito. Unos individuos —pistoleros para ser precisos— que iban en su automóvil trataron de cruzar, acción que evidentemente era imposible. Enfurecidos, bajaron de su camioneta con sus “cuernos de chivo” y empezaron a descargar ráfagas contra el edificio municipal. No hay aún ma-
yores datos sobre el desenlace de este evento.
Ese es el recuento de este sábado, al menos hasta el momento de escribir estas líneas, de los hechos.
Tal vez no todos los sucesos estén vinculados a los operativos emprendidos por el gobierno federal, y en particular las extradiciones de capos, pero lo que es indudable es que esto puede ser el inicio de la ya esperada reacción de los cárteles del narcotráfico. Las extradiciones son siempre factor de tensión entre cuerpos criminales y autoridades por varias razones. En primer lugar, porque desde los centros de detención mexicanos es sencillo seguir operando un cártel, cosa que no es así en las prisiones de los Estados Unidos. En segundo lugar porque los jueces y la implementación de la justicia en el vecino del norte se aplican con mayor rigor y emiten sentencias duras y largas. Y en tercer término porque implica la imposibilidad de fuga que nuestros recintos de reclusión sí permiten, baste recordar la huída del Chapo Guzmán.
Por estas razones, y seguramente otras que desconozco, los capos resienten enormemente las extradiciones y reaccionan fuertemente para obligar al gobierno federal a desistir de este tipo de operación.
La violencia que desatan intenta construir la suficiente crisis como para presionar a las autoridades a detener otras extradiciones y devolver al estado previo, las cosas.
Pero es evidente que el gobierno de Felipe Calderón tiene ya poco margen de maniobra como para detener esta espiral de confrontación con el narco. A estas alturas la presión nacional e internacional para agudizar los operativos es, ya, monumental.
Hacer una lectura aguda y certera sobre el impacto y utilidad de estos operativos es difícil. Por un lado pareciera que el empleo de la fuerza contra agrupaciones que llevan años pertrechándose para esto no parece augurar grandes resultados. Pero por el otro, estos operativos eran ya una necesidad para devolver un poco de tranquilidad a las entidades que han estado sumergidas en el miedo, la tensión y la violencia.
Estos enormes despliegues militares y policíacos no arrojan resultados inmediatos, pero desincentivan la libre acción de estos grupos.
Sin embargo, es imposible mantenerlos de manera permanente. Lo que sigue es una profunda tarea de investigación, un efectivo desmantelamiento de la infiltración de los criminales en los cuerpos de seguridad y la detención de la mayor cantidad de células operantes de cada cártel. Además de atacar a todos los cárteles por igual y no crear condiciones para la construcción de un solo gran imperio que controle el tráfico de drogas.
Pero sería imposible pensar en una solución de largo plazo sin pensar en mecanismos de disuasión para el involucramiento en alguna de las cadenas productivas de este negocio tan rentable.
Se han planteado mecanismos de sustitución de cultivos para desalentar los plantíos de mariguana y amapola. Pero habría que demandar que se instale un Sistema Nacional de Prevención, tanto de producción y distribución, como
de consumo. La violencia que desatan estas actividades re-
bota en todos los terrenos de nuestra sociedad. Desde la frontera hasta el seno de nuestras familias.
En consonancia con todo esto habría que despenalizar el debate sobre la legalización de las drogas. Tema polémico y complejo, pero que tenemos que empezar a discutir en nuestras instituciones y en la sociedad misma.
Porque no hay que engañarnos, la confrontación con el narco ahí viene y más nos vale empezar a prepararnos para cons-
truir salidas.

enero 22, 2007

La gran lección de Ana Rosa a la izquierda


A Pablo con mucha gratitud

Ana Rosa Payán es una mujer de trabajo, de compromiso y de convicciones, eso nadie puede dudarlo. Pero de que es de derecha, es de ultraderecha. Y no lo digo en la tradicional lógica de definir la derecha como lo opuesto a la izquierda. No. Esta mujer es conservadora, tradicionalista y ha actuado toda su trayectoria pública imprimiendo su visión moral en todas sus tareas y aplastando, por ende, las libertades y las otras visiones.
Pero hoy esta mujer está convencida que es más importante ser gobernadora de Yucatán que cualquier cosa, y para su beneplácito el PRD es ya, sin duda alguna, un instituto político que mide su éxito no en la conformación de una izquierda nacional congruente sino en el número de votos que obtiene.
Así va avanzando desde ambos lados una potencial candidatura de la mujer que prohibió erotismo en el cine como alcaldesa de Mérida, que se ha pronunciado contra las campañas sobre el uso del condón, que promovió reglamentos que rezaban cosas como “la obligación de los ciudadanos de respetar los tradicionales valores religiosos característicos del pueblo yucateco”. Ella que siempre ha estado más cerca de la jerarquía católica que de la gente, ella quiere ser la candidata de la izquierda en Yucatán.
Sobraría preguntarle su postura sobre la pena de muerte, la despenalización del aborto, o las libertades sexuales de la gente para saber si es de izquierda o no. Pero eso no es lo importante, al parecer ni para ella ni para un sector de la ya auto denominada izquierda. Lo importante es que ella “saca votos”. O como bien dijo un dirigente perredista “quieren que por ser de derecha no la lancemos de candidata, pues no se les va a hacer, le tienen miedo”. No lo dudo. El PAN le teme por lo que le pueda quitar, los de izquierda le tememos por lo que puede significar, los únicos que aplauden son los priistas que les viene muy bien la división de votos panistas.
Es evidente que hemos entrado, hace tiempo, en una etapa en la que el pragmatismo electoral lo justifica todo. En el que no importa la oferta política, la propuesta o el contenido de un partido político, lo único verdaderamente relevante es lograr votos. Y como la gente vota por personas, dicen ellos, pues ofrezcamos personas, no ideas.
El resultado de esto, por el contrario de lo que pueda parecer, es el total desprestigio de la clase política y el aumento desmedido de la apatía ciudadana frente al quehacer público.
Ya las fracturas políticas se dan y gestan por derrotas electorales, no ideológicas. Se dan por perdidas en los espacios de poder, no por diferencias políticas de fondo.
La línea que divide a la izquierda de la derecha, a los conservadores de los progresistas, es una que se funda en las convicciones de la gente, en su capacidad de plantear maneras distintas de resolver problemas comunes. Si hoy es difícil saber qué es qué, si hoy tenemos gobiernos de supuesta derecha más capaces de respetar libertades que unos de izquierda, si hoy los partidos, sean cuales sean, son incapaces de resistir la tentación de las candidaturas por los simples votos, la política poco estará aportando a la construcción de una cultura política mas sólida y útil al país.
No se le puede exigir a la gente que distinga izquierdas de derechas si la clase política se rehúsa a hacerlo, no podremos profundizar el discurso, ni las propuestas si el único objetivo que la ciudadanía ve en los procesos de elección son intereses de grupos y de personas, y no verdaderas representaciones políticas.
Tarde o temprano llegará el día en el que la gente castigue, no el cambiar de partido, sino la ausencia de identidad política e ideológica. Más temprano que tarde, puede ser que este mismo 20 de mayo sea una primera muestra, la gente condenará con su voto el pragmatismo y tratará de tomar decisiones a partir de las ideas y de quién las transmita mejor.
El día que eso pase, el día que a ciudadanía deje de premiar estos actos y los ponga en su lugar, ese día la clase política empezará a cambiar.
Ese es el gran poder, aún semi oculto, que tiene el voto. Y, como dice el título de este texto, esa puede ser la gran lección que Ana Rosa Payán como candidata le puede dar a la izquierda y a la clase política en general.

enero 15, 2007

Baja y el desgaste de los tradicionales

Los tiempos y las formas en las que Baja California enfrentará su proceso electoral este año para renovar la gubernatura, cinco presidencias municipales y 25 diputaciones locales, han sido importantemente trastocados.
Hace unos meses, la mayoría panista en la cámara local aprobó —con el desinteresado voto de un diputado verde— y en contra de los otros partidos, una reforma electoral amplia. Esta reforma contenía una gran cantidad de errores y pifias y, hay que concederle, un par de avances importantes.
Sin embargo, la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) declaró inconstitucional la Reforma a la Ley Electoral por lo que el calendario electoral para el proceso electoral de este año queda con las fechas originales: el día de elecciones será el 5 de agosto y no el 24 de junio que marcaba la reforma invalidada.
No obstante, tanto el inicio de las precampañas el 3 de febrero como el votar con la Credencial Federal Electoral y no con la estatal, son condiciones que se mantienen, puesto que estos artículos se aprobaron por separado, días antes de que se hiciera con la reforma electoral. Lo primero que salta a la luz es que será una campaña larguísima para los habitantes de esta entidad. Seis meses tendrán que lidiar con las candidaturas a la gubernatura, primero en su pre campaña y después en su proceso formal. Las dirigencias estatales de los partidos opositores al PAN han dicho que la resolución de la SCJN se trata de un tercer revés al PAN en Baja California, luego de que primero se diera la reinstalación de magistrados y después la de tres consejeros estatales electorales.
Entre las modificaciones que consideraba la reforma invalidada y que resulta una lástima que no se vaya a tener para este proceso, se encontraba el que los partidos contrataran su publicidad de campaña a través del Instituto Estatal Electoral. Esta idea, que transparenta el gasto de los partidos en los medios electrónicos, habría sido muy útil considerando que el probable candidato del PRI al estado será el hombre de la inagotable fortuna: Carlos Hank. Los panistas promovieron esta reforma con la clara intención de vigilar su gasto, y la verdad que bien le habría venido a esta entidad controlar, aunque fuese un poco, lo que será este proceso.
Baja California lleva 18 años con gobierno panista, y es evidente que han logrado construir un electorado sólido y contundente, como se vio en la fulminante victoria de Felipe Calderón el pasado dos de julio. Sin embargo, ahora van a chocar los dos trenes. El del aparato del gobierno del estado y sus años de consolidación y el de Carlos Hank, su dinero y su capacidad para identificarse con un sector amplio del electorado.
En este escenario es fácil prever que ambos bandos estarán a la caza de resbalones ajenos y cuidando sus pasos. Por esto resulta dramática la situación en la que se encuentra el Instituto Electoral del Baja California. La integración del consejo de este órgano se dio, como siempre, por una componenda de partidos, pero al haberse dado bajo reglas hoy rechazadas por la SCJN, se ha desatado una crisis en la que las destituciones corren como el fuego en la pradera y los amparos igual.
Curiosamente, la gente de Tijuana, Mexicali, Ensenada, Tecate y Rosarito, comparten algo con el resto del país: su agotamiento con la clase política tradicional y su creciente apatía. Baja California tiene condiciones propicias para una alta participación electoral, ocho años de escolaridad promedio, más de cuatro salarios mínimos promedio por habitante, 91 por ciento de población urbana. Sin embargo rara vez rebasa el 40 por ciento de participación, y casi siempre termina eligiendo una pequeña minoría a los ejecutivos y legislativos.
Las razones pueden ser varias. Pero entre ellas se encuentra la certeza de que no hay político ni partido que pueda ser fiel a sus postulados y a sus propuestas. Todos, siente la gente, terminarán siendo iguales.
El PRD, la izquierda tradicional, es prácticamente inexistente en este estado y fuera de Ensenada, donde de vez en vez logra votaciones interesantes, su porcentaje de participación es cada vez de menor importancia.
Pareciera que Baja California está condenada a una batalla de tradicionales. Pero habría que mantenerse listos para, al igual que sucedió en la campaña presidencial, la aparición en escena de una candidata que pueda empezar a menguar en la apatía y fastidio de la ciudadanía.
De no ser así el futuro para este estado fronterizo será un poco más de lo mismo, gane quién gane.

enero 07, 2007

Los progresistas se mueven


El pasado viernes en El Universal, mi querido amigo Ricardo Raphael, publicó en su editorial semanal, titulado ‘El discurso del progresismo’, una severa crítica a lo que él llama la ‘filosofía del progresismo’. Me permitiré hacer algunas reflexiones sobre estos conceptos, estoy convencido que su discusión y sustentación abren posibilidades importantes para una nueva lógica en nuestro pensamiento.
Arranca su texto diciendo ‘Pocas obsesiones le han hecho tanto mal a la sociedad mexicana como la muy chata pero poderosamente mágica noción del progresismo’ . Después describe con puntualidad de cómo desde Porfirio Díaz hasta Salinas de Gortari el concepto del ‘progreso’ dio pie a una infinidad de abusos retóricos que buscaban sustentar en la impunidad sus actos ‘autistas y autoritarios’. En breve, el progreso fue la excusa ideal para ignorar las necesidades democráticas e imponer una ruta en la que, como dice el propio Ricardo en su texto, siempre es más importante la locomotora que los vagones del tren. Yo añadiría que la palabra progreso fue, inclusive, lema de varios gobiernos militares, esos que sustentaban su voraz y sangrienta toma del poder y represión de cualquier pensamiento diferente en aras de llevar a sus países al desarrollo por vía del progreso.
Coincido en que el progreso, como otros términos, ha sido de una profunda utilidad en su uso para mantener un régimen monopólico y autoritario. Sin embargo, me interesa recuperar el fondo de esa vilipendiada palabra por varias razones.
Es el progresismo, no en su vulgar acepción priista pero en su extensión histórica, la que nos da el antónimo del conservadurismo, aquello que pretende mantener el estado de las cosas a toda costa, el progresismo ha sido dotado de connotaciones distintas, pero su lógica esencial nos revela la irrenunciable condición social: el movimiento, el avance.
Entiendo que Raphael busca desmontar la excusa con la que cabalgaron por años nuestros políticos, con toda indiferencia, frente a la pobreza, la desigualdad y la represión, pero habría que cuidar que no hagamos de este concepto lo mismo que hizo Zedillo: simplificarlo y hacerlo añicos en su profundidad. Llegó el ‘Progresa’.
Mi preocupación no es únicamente gramatical o de diccionario. Va más allá, porque frente a la descomposición que ha vivido este país en la ubicación de la derecha y la izquierda, el término o inclusive —la idea— de ser progresista ayuda a arrojar nuevos contenidos a la acción política.
Dice el diccionario de la Real Academia sobre progresista: ‘ 1. adj. Dicho de una persona, de una colectividad, etc.: Con ideas avanzadas, y con la actitud que esto entraña.’ Va más allá cuando se refiere a la acción política y añade ‘Se decía de un partido (…) que tenía por mira principal el más rápido desenvolvimiento de las libertades públicas.’
Lo que la clase política no deseaba era precisamente eso, es más, lo que anhelaba era exactamente lo contrario. Es decir, fueron todo menos progresistas.
Hoy, ante un sistema político que mantiene prebendas, monopolios, complicidades e impunidad, tenemos una sociedad que esta en movimiento, que exige cada vez más derechos y certidumbre para usarlos. Tenemos gente que esta rebasando por todos los costados a su clase política y a la que las reglas del juego ya no le resuelven sus necesidades libertarias.
Al final lo que se requiere es que la vida pública no se enajene del país, que logre estar pisándole los talones. Nuestro país no se detiene, ni se detendrá. Exigirá más y mejores derechos, mejor distribución de la riqueza, ‘ muchas locomotoras que, en condiciones similares, se hagan parejamente responsables de hacer crecer la economía’ dice Raphael.
Si el país tuviera políticos progresistas, de la ideología que fuesen, hoy los monopolios no serían. Ni izquierda, ni derecha podrían concebir un Estado repleto de ellos.
Si los progresistas dominaran el escenario público habría menos clientelismo y más ciudadanía.
La esencia del argumento planteado por Raphael es enteramente aplaudible, pero la disertación no es contra el progresismo es, por el contrario, contra el uso de los conservadores de la necesidad social de avanzar, de moverse, de transformarse, de progresar.
El progresista es, desde esta perspectiva, la o el que entiende que estamos frente a una severa urgencia de acción que la gente reclama.
La ecuación, en efecto, debe cambiar. La clase política ha devaluado el contenido de este término, es tiempo de aquilatarlo y darle el giro que implica que el progresista es aquél que asume la condición de ruptura del orden de las cosas en busca de una vida mejor y más digna. Que hace brecha, que combate prejuicios y que construye el cambio, la transformación.
La clase política tradicional, durante años, ha usado el progreso como bandera de atrocidad y media.
Y sin embargo los progresistas se mueven. No lo serían si no.